Diciembre 2024
Xavi, Marta y yo seguimos viaje hacia Agra, la parada más esperada del recorrido. Aquí nos unimos un poco más al turismo general del país.
Agra no es solo su postal más famosa. Detrás del ruido y el polvo hay templos escondidos, puestos de especias y calles donde llenos de gente.
Calles, comida, templos, miradas. La vida de Agra sigue latiendo fuera de las postales, entre el humo de las cocinas y los pasos de los peregrinos. En Agra todo parece moverse al mismo tiempo: motos, vacas, bicicletas y colores que se cruzan sin orden ni pausa. Entre tanto movimiento, la vida fluye con una calma sorprendente.
Visitamos mercados y templos pequeños, algunos escondidos entre calles estrechas. Ofrendas, incienso y rezos mezclados con conversaciones y risas. Agra conserva ese equilibrio entre espiritualidad y vida diaria que solo ocurre en la India.
Más allá de su fama, el Taj Mahal impresiona por su simetría perfecta. Cada arco, cada flor tallada, cada reflejo en el agua parece pensado con una precisión imposible. Un monumento que cambia con la luz; llegamos justo al amanecer, cuando las puertas se abren y el sol empieza a colorear la piedra. El blanco se vuelve dorado, luego rosado, y todo parece detenerse por un instante.
A unos kilómetros de Agra visitamos Fatehpur Sikri, una ciudad palacio de piedra roja levantada por el emperador Akbar. Pasillos interminables, patios abiertos y una calma que contrasta con el bullicio de Agra. Un lugar que parece detenido en el tiempo.